No aprendemos, caray. Un tercio de nuestra vida republicana se nos fue en caudillismos militares, toda la década del 70 sufrimos reformas y contrarreformas en manos de uniformados de izquierda como Velasco y de derecha como Morales Bermúdez (y vaya que eran igual de autoritarios) y hace poco nomás, en el caliente 2000, descubrimos que los altos mandos habían formado una mafia a las órdenes del felón Montesinos. ¡Y le firmaron un acta de sujeción en 1999!
Pues no aprendemos nada, caramba. Justo cuando el ministro civil Allan Wagner estaba, aunque tímidamente, propiciando una reforma en Defensa para, al menos, transparentar atribuciones, planillas y gastos militares, ¡zas!, rodó su cabeza. Es cierto que esta fue a parar a un canasto fino, el de la comisión que nos defenderá en La Haya ante Chile, pero basta leer las diatribas que recibe en "La Razón", órgano de militares y civiles que se resisten al proceso anticorrupción, para confirmar que su salida de Defensa es una capitulación del Gobierno civil ante la contraofensiva de un nuevo militarismo.
¿Cómo es este? Ya no es el militarismo que copa y coopta las instituciones del Estado, como en la década de los 70 cuando hasta el presidente y el Gabinete eran uniformados. Tampoco es el militarismo de los 90 que, sin copar el Gobierno, se reservó los ministerios de las armas y, a través de Montesinos, logró que su estrategia de comunicación, el "arte del engaño" --como le llamó Fernando Rospigliosi en su buen libro homónimo-- nos envenenara a través de la TV.
El nuevo militarismo es más sutil porque posa de desprendido, permitiendo que otro civil reemplace a Wagner. Pero Ántero Flores-Aráoz no ha dado señales de que esté allí para reformar nada. En realidad, no es un militarismo desprendido sino que se procura civiles amigos. También posa de ofendido, echándonos en cara la denuncia de sus excesos en el informe de la CVR y negándose a acudir a zonas de emergencia, como en el pasado, sino es con un protocolo que los cubra ante judicializaciones futuras (esta preocupación sí es razonable).
Pero peca de histriónico. Y ese gracioso pecado se llama Edwin Donayre, jefe del Ejército, que se prodiga en citas machistas, que se divierte dando la mano con 'truco' a sus subalternos y que condecora al director de "La Razón", como para que siga apaleando a Wagner.
El mismo Donayre que sobrevivió a las investigaciones sobre el negociado de la gasolina y que mantiene bajo su mando a un amigo del turbio Agustín Mantilla como el comandante Federico Cuadra (¿se acuerdan del almuerzo de Mantilla en el restaurante Fiesta? Pues el comensal Cuadra no fue, como se lo merecía, dado de baja, sino que ahora dirige el batallón de infantería 49 en la selva), se cuadra el pasado lunes 7 junto a García en una pomposa y prescindible ceremonia que confirmó al presidente como jefe supremo de las FF.AA. Cuidado, que hemos visto políticos que marchan al ritmo que le marcan los militares y acaban dando torpes pasos al costado de sus responsabilidades cívicas. (EL Comercio)
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